FLORILEGIO
VI
LAZARILLO DE TORMES
Y
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Siguiendo la estela de
la cuarta entrega de este Florilegio, vamos a confrontar hoy dos grandes
escrituras: por una parte, un fragmento del “Tratado primero” de esa obra
renacentista con la que comienza no solo uno de los grandes géneros literarios,
la novela picaresca, sino también toda una forma de enfrentarse a la historia y
a la imaginación humanas; y por otra, la reflexión de uno de los mayores
novelistas españoles actuales, Muñoz Molina, quien nos invita, a través de una
de sus entregas periodísticas, a meditar sobre la vida y la literatura, a
través de una lectura sabia y perspicaz de la carta que Lázaro escribió a “
vuestra merced”, hace ya cerca de cinco siglos.
Feliz lectura.
DEL TRATADO PRIMERO
Y porque vea Vuestra
Merced a cuánto se extendía el ingenio de este astuto ciego, contaré un caso de
muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su
gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de
Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase
a este refrán: «Más da el duro que el desnudo». Y vinimos a este camino por los
mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde
no, a tercero día hacíamos San Juan.
Acaeció que, llegando a
un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le
dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y
también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo
en la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que a él se
llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no poder llevarlo, como por
contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos
en un valladar y dijo:
-Agora quiero yo usar
contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que
hayas de él tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una
vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo
haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.
Hecho así el concierto,
comenzamos; mas luego al segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a
tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él
quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún pasaba
adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo,
estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro, engañado me
has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.
-No comí -dije yo-; mas
¿por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo
ciego:
-¿Sabes en qué veo que
las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.
GLOSA DE ANTONIO MUÑOZ
MOLINA:
“LLAMADME LÁZARO”
Qué extraordinaria
expresión castellana, don nadie. Podría ser el título de una novela metafísica.
Hasta el Lazarillo, hasta la plena irrupción de la novela picaresca y el
Quijote y sus inmediatos derivados en Inglaterra y luego en el mundo, las
ficciones trataban de personajes socialmente exaltados, reyes o príncipes,
poderosos a caballo, etcétera. Con Lázaro de Tormes, con la novela, llegan a la
literatura los don nadies, los que no cuentan, los de abajo, los tarados, los
excluidos, las mujeres. Lo que hacen las novelas es contar las historias de los
que por su poco relieve social carecen de ellas. También los que por algún
motivo se declaran fugitivos de una identidad obligatoria: Don Quijote, Huck
Finn, Fabrice del Dongo, Emma Bovary, aquel príncipe de la India que por
abjurar de toda la tierra firme, gobernada por la infamia, decidió exiliarse
bajo el mar, el Capitán Nemo de Jules Verne, el capitán Nadie.
Lazarillo de Tormes es
el Adán de los personajes novelescos, pero él viene de otro origen mucho más
antiguo, el cuento popular y la cultura carnavalesca, mundos sumergidos y
fácilmente olvidados porque apenas dejan testimonios escritos. La alta cultura,
como su propio nombre indica, trata de la parte alta de la sociedad y del
cuerpo humano. Mijaíl Bajtín nos recuerda que los héroes otean el mundo desde
la altura de sus caballos. El valor del héroe épico y del enamorado culto
residen en el órgano más noble, que es el corazón; la belleza que celebran es
la que se revela a la mirada. El órgano principal en la vida de Lázaro, como en
la de Sancho, es el estómago. Comilonas, vómitos, ronquidos, eructos, pedos,
diarreas, secreciones corporales de todo tipo, pasan de la risa popular y el
descaro carnavalesco a la literatura filtrándose por el tejido poroso de la
novela. El ciego introduce su nariz tan larga como si fuera de una máscara de
carnaval en la boca abierta de Lázaro queriendo averiguar por el olor si se ha
comido una longaniza, y Lázaro le baña toda la cara en la abundancia pestilente
de su vomitona. Nos parece que oímos ataques de risa del siglo XVI. En el siglo
XX James Joyce restituye al arte de la novela la desvergüenza escatológica que
había estado en su principio. Leopold Bloom, como Lázaro de Tormes, es un don
nadie y un cornudo consentido y tranquilo: los dos desmienten por igual la
cruenta superstición masculina y literaria de la honra.
(Artículo publicado en
Babelia, nº 1.161, 22-02-1914, p. 3)