FLORILEGIO
IV
LUIS DE GÓNGORA
Y AZORÍN
IV
LUIS DE GÓNGORA
Y AZORÍN
En la cuarta entrega de nuestro Florilegio daremos espacio a una pareja clásica, dos grandes
estilos de dos épocas literarias,
alejadas entre sí por varios siglos,
que constituyen un canon para nuestra literatura y nuestra lengua: la Edad de Oro y la Edad de Plata. Uno es el
vate cordobés, Luis de Góngora y Argote, y el otro, el escritor, oriundo de
Monóvar, José Martínez Ruíz, más conocido por el pseudónimo de “Azorín”.
De Góngora presentamos uno de sus más bellos sonetos,
forma poética de la que fue un claro
maestro, y de Azorín,un ejemplo de su cuidada y morosa prosa, un fragmento de la glosa a ese mismo soneto gongorino,
que puede leerse completa en su libro Al
margen de los clásicos.
Feliz lectura.
A UNA ROSA
Ayer naciste y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.
GLOSA AZORINIANA
Rosas de España, rosas que el
recio pintor Zurbarán amaba: D. Luis de Góngora ha querido pintaros en catorce
versos henchidos de emoción. No sabemos cuándo Góngora escribió este soneto;
pero nos place ver al poeta ya un poco viejo, pobre, amargado por las adversidades
de la vida. ¿Se acordaba de su Córdoba cuando escribía estos versos? ¿Veía,
sobre la foscura del panorama de la Serranía, brillar una rosa encendida que se
inclina sobre su tallo? ¿Era para él la rosa símbolo del breve esplendor del
poeta, del poeta que tiene un momento de inspiración, de plenitud, y luego
acaba en la sombra y en el olvido? Ayer naciste y morirás mañana -escribe
Góngora-.
Para tan breve ser, ¿quien te dio
vida? En una estancia, sobre una mesa, puesta en un búcaro, hay una bella rosa;
en las paredes se ven los retratos de guerreros y de teólogos; un libro de
Garcilaso o de Cervantes reposa junto al jarrón en que la rosa luce.
Entra un rayo vívido de sol por
la ancha ventana. La rosa alcanza, en este minuto supremo de su vida, su
plenitud. Unas manos finas y blancas la han cogido; unos ojos claros y verdes
-como los de Melibea, como los de Dulcinea- la han contemplado; un instante sus
pétalos fragantes han rosado una boca y una nariz sensuales y ávidas. Luego la
rosa ha sido puesta en el búcaro de cristal. En la estancia reina la paz, y los
teólogos y los guerreros miran desde sus marcos.
¿Para vivir tan poco estás
lucida, y para no ser nada estás lozana? Este minuto en que la rosa brilla y
aroma, ¿qué es en la eternidad del tiempo? Minuto de 1600, o de 1800, o de
1900; minuto en que en estas paredes de la sosegada estancia acaba de ser
colocado un cuadro de Velázquez, o una escena de Goya, o un paisaje de Beruete;
minuto en que unos ojos han leído una poesía de Garcilaso, o de Chénier, o de
Samain; minuto en que ha resonado en el callado ámbito una dulce música de
Salinas, o una trágica sonata de Beethoven; minuto en que la emoción humana ha
llegado a lo más delicado y lo más intenso, ¿qué representas tú entre las dos
eternidades que nos ciñen y aprisionan en lo pretérito y en lo futuro, las dos
eternidades del pasado y del presente?
Dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Así escribe el poeta. No importará nada, sin embargo, el dilatar ese nacer. No se adelantará nada con perdurar en el limbo de la vida sin entrar de lleno en la vida. El limbo de la vida es tan fugaz como la vida misma. Entremos en la vida resueltamente. Seamos en ella lo que nuestro ser quiere -espontáneamente- que seamos. Podrán pasar los mundos y podrá dilatarse el tiempo en sucesión interminable de siglos y siglos. Pero este minuto en que la rosa -cortada por bellas manos- luce y perfuma en su búcaro de cristal, frente a un retrato de Velázquez, en una estancia en que han resonado las armonías de Beethoven, este minuto es lo más alto, lo más fino y lo más exquisito de la civilización humana. No sabemos lo que podrá producir el tiempo en su corriente inacabable; mas este instante, tan fugitivo, tan alado, es la flor maravillosa -¡oh hombres!- de la pretérita eternidad...
Rosas; rosas encendidas de
España; rosas que amaba Zurbarán; rosas que en las tardes del otoño que acaba
se deshojan al pie de los cipreses...Dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Así escribe el poeta. No importará nada, sin embargo, el dilatar ese nacer. No se adelantará nada con perdurar en el limbo de la vida sin entrar de lleno en la vida. El limbo de la vida es tan fugaz como la vida misma. Entremos en la vida resueltamente. Seamos en ella lo que nuestro ser quiere -espontáneamente- que seamos. Podrán pasar los mundos y podrá dilatarse el tiempo en sucesión interminable de siglos y siglos. Pero este minuto en que la rosa -cortada por bellas manos- luce y perfuma en su búcaro de cristal, frente a un retrato de Velázquez, en una estancia en que han resonado las armonías de Beethoven, este minuto es lo más alto, lo más fino y lo más exquisito de la civilización humana. No sabemos lo que podrá producir el tiempo en su corriente inacabable; mas este instante, tan fugitivo, tan alado, es la flor maravillosa -¡oh hombres!- de la pretérita eternidad...

