martes, 25 de febrero de 2014

FRONDAS DEL FLORILEGIO (I)

LA PICARESCA


Como un anuncio de una primavera textual, le van saliendo a este Florilegio unas hojillas volanderas que van a ir conformando fragmentos de su fronda, espesura de los textos que iremos agregando. De lo que se trata es de añadir a la selección de las lecturas -de la historia de la literatura española-, material gráfico, audiovisual que las complementen, que añadan información, explicación o reflexión.
Empezaremos esta primera fronda con un audiovisual en el que nuestro gran actor Fernando Fernán Gómez explica lo que es un "pícaro".



Esperamos que os sean útiles estas frondas en vuestro estudio.



sábado, 22 de febrero de 2014

FLORILEGIO
VI




LAZARILLO DE TORMES 


ANTONIO MUÑOZ MOLINA


Siguiendo la estela de la cuarta entrega de este Florilegio, vamos a confrontar hoy dos grandes escrituras: por una parte, un fragmento del “Tratado primero” de esa obra renacentista con la que comienza no solo uno de los grandes géneros literarios, la novela picaresca, sino también toda una forma de enfrentarse a la historia y a la imaginación humanas; y por otra, la reflexión de uno de los mayores novelistas españoles actuales, Muñoz Molina, quien nos invita, a través de una de sus entregas periodísticas, a meditar sobre la vida y la literatura, a través de una lectura sabia y perspicaz de la carta que Lázaro escribió a “ vuestra merced”, hace ya cerca de cinco siglos.
Feliz lectura.


DEL TRATADO PRIMERO

Y porque vea Vuestra Merced a cuánto se extendía el ingenio de este astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: «Más da el duro que el desnudo». Y vinimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos San Juan.
Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no poder llevarlo, como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
-Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas de él tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.
Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.
-No comí -dije yo-; mas ¿por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo ciego:
-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.



GLOSA DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA:
“LLAMADME LÁZARO”

Qué extraordinaria expresión castellana, don nadie. Podría ser el título de una novela metafísica. Hasta el Lazarillo, hasta la plena irrupción de la novela picaresca y el Quijote y sus inmediatos derivados en Inglaterra y luego en el mundo, las ficciones trataban de personajes socialmente exaltados, reyes o príncipes, poderosos a caballo, etcétera. Con Lázaro de Tormes, con la novela, llegan a la literatura los don nadies, los que no cuentan, los de abajo, los tarados, los excluidos, las mujeres. Lo que hacen las novelas es contar las historias de los que por su poco relieve social carecen de ellas. También los que por algún motivo se declaran fugitivos de una identidad obligatoria: Don Quijote, Huck Finn, Fabrice del Dongo, Emma Bovary, aquel príncipe de la India que por abjurar de toda la tierra firme, gobernada por la infamia, decidió exiliarse bajo el mar, el Capitán Nemo de Jules Verne, el capitán Nadie.

Lazarillo de Tormes es el Adán de los personajes novelescos, pero él viene de otro origen mucho más antiguo, el cuento popular y la cultura carnavalesca, mundos sumergidos y fácilmente olvidados porque apenas dejan testimonios escritos. La alta cultura, como su propio nombre indica, trata de la parte alta de la sociedad y del cuerpo humano. Mijaíl Bajtín nos recuerda que los héroes otean el mundo desde la altura de sus caballos. El valor del héroe épico y del enamorado culto residen en el órgano más noble, que es el corazón; la belleza que celebran es la que se revela a la mirada. El órgano principal en la vida de Lázaro, como en la de Sancho, es el estómago. Comilonas, vómitos, ronquidos, eructos, pedos, diarreas, secreciones corporales de todo tipo, pasan de la risa popular y el descaro carnavalesco a la literatura filtrándose por el tejido poroso de la novela. El ciego introduce su nariz tan larga como si fuera de una máscara de carnaval en la boca abierta de Lázaro queriendo averiguar por el olor si se ha comido una longaniza, y Lázaro le baña toda la cara en la abundancia pestilente de su vomitona. Nos parece que oímos ataques de risa del siglo XVI. En el siglo XX James Joyce restituye al arte de la novela la desvergüenza escatológica que había estado en su principio. Leopold Bloom, como Lázaro de Tormes, es un don nadie y un cornudo consentido y tranquilo: los dos desmienten por igual la cruenta superstición masculina y literaria de la honra.


(Artículo publicado en Babelia, nº 1.161, 22-02-1914, p. 3)

martes, 11 de febrero de 2014

FLORILEGIO
V

CANTAR DE MIO CID










fol. 23r
En el verso decimoquinto de este folio
 manuscrito aparece el topónimo "almenar".


Como quinta entrega de nuestro Florilegio, traemos a nuestro blog un fragmento de la obra cumbre de la literatura épica castellana. Gracias a la copia que hizo el clérigo Per Abbat a comienzos del siglo XIII, se nos ha conservado esta gran obra que supuso en su época solaz y pedagogía para los lectores y oyentes medievales de los cantares de gesta. Hemos escogido los versos en los que alude su autor a varias poblaciones de la actual provincia de Castellón, entre ellas a nuestra Almenara, así como a otras poblaciones importantes de la costa mediterránea, como Murviedro (la actual Sagunto) y Valencia.
Esperamos que disfrutéis.


LA CONQUISTA DE ALMENARA Y MURVIEDRO

Aquí se comienza la gesta          de mío Cid el de Vivar
Tan ricos son los suyos          que no saben lo que han.
Poblado ha mío Cid          el puerto de Alucat;
Dejando a Zaragoza          y a las tierras de acá,
Y dejando a Huesca          y tierras de Montalbán,
Contra la mar salada,          empezó a guerrear.
A oriente sale el sol          y tornose a esa parte.
Mío Cid ganó a Jérica          y Onda y Almenar;
Tierras de Burriana          todas conquistado las ha.
Ayudole el Criador,          el Señor que está en el cielo;
Él con todo esto          tomó a Murviedro;
Ya veía mío Cid          que Dios le iba valiendo.
Dentro en Valencia,          no es poco el miedo.
Pesa a los de Valencia,          sabed, no les place;
Acordaron en consejo          que le viniesen a cercar.
Trasnocharon de noche;          de mañana al clarear,
Cerca de Murviedro,          tornan las tiendas a hincar.
Violo mío Cid,          tornose a maravillar:
¡Gracias a ti,          Padre espiritual!
En sus tierras estamos          y hacérnosles todo mal;
Bebemos su vino          y comemos el su pan;
Si a cercarnos vienen,          con derecho lo hacen;
A menos de lid,          esto no se acabará.
Vayan los mandados          por los que nos deben ayudar:
Los unos a Jérica          y los otros a Alucat;
Desde allí a Onda          y los otros a Almenar;
Los de Burriana          luego vengan acá;
Empezaremos          esta lid campal;
Yo fío por Dios          que nuestro pro aumentarán.

(Versos 1085-1112 Texto modernizado por Timoteo Riaño y Mª del Carmen Gutiérrez)



domingo, 2 de febrero de 2014

FLORILEGIO
IV


LUIS DE GÓNGORA 
Y AZORÍN







En la cuarta entrega de nuestro Florilegio daremos espacio a una pareja clásica, dos grandes estilos de dos épocas literarias,  alejadas entre sí por varios siglos,  que constituyen un canon para nuestra literatura y nuestra lengua:  la Edad de Oro y la Edad de Plata. Uno es el vate cordobés, Luis de Góngora y Argote, y el otro, el escritor, oriundo de Monóvar, José Martínez Ruíz, más conocido por el pseudónimo de “Azorín”.
De Góngora presentamos uno de sus más bellos sonetos, forma  poética de la que fue un claro maestro, y de Azorín,un ejemplo de su cuidada y morosa prosa, un fragmento de la glosa a ese mismo soneto gongorino, que puede leerse completa en su libro Al margen de los clásicos.
Feliz lectura.


A UNA ROSA

Ayer naciste y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?

Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.

Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.




GLOSA AZORINIANA

Rosas de España, rosas que el recio pintor Zurbarán amaba: D. Luis de Góngora ha querido pintaros en catorce versos henchidos de emoción. No sabemos cuándo Góngora escribió este soneto; pero nos place ver al poeta ya un poco viejo, pobre, amargado por las adversidades de la vida. ¿Se acordaba de su Córdoba cuando escribía estos versos? ¿Veía, sobre la foscura del panorama de la Serranía, brillar una rosa encendida que se inclina sobre su tallo? ¿Era para él la rosa símbolo del breve esplendor del poeta, del poeta que tiene un momento de inspiración, de plenitud, y luego acaba en la sombra y en el olvido? Ayer naciste y morirás mañana -escribe Góngora-.
Para tan breve ser, ¿quien te dio vida? En una estancia, sobre una mesa, puesta en un búcaro, hay una bella rosa; en las paredes se ven los retratos de guerreros y de teólogos; un libro de Garcilaso o de Cervantes reposa junto al jarrón en que la rosa luce.
Entra un rayo vívido de sol por la ancha ventana. La rosa alcanza, en este minuto supremo de su vida, su plenitud. Unas manos finas y blancas la han cogido; unos ojos claros y verdes -como los de Melibea, como los de Dulcinea- la han contemplado; un instante sus pétalos fragantes han rosado una boca y una nariz sensuales y ávidas. Luego la rosa ha sido puesta en el búcaro de cristal. En la estancia reina la paz, y los teólogos y los guerreros miran desde sus marcos.
¿Para vivir tan poco estás lucida, y para no ser nada estás lozana? Este minuto en que la rosa brilla y aroma, ¿qué es en la eternidad del tiempo? Minuto de 1600, o de 1800, o de 1900; minuto en que en estas paredes de la sosegada estancia acaba de ser colocado un cuadro de Velázquez, o una escena de Goya, o un paisaje de Beruete; minuto en que unos ojos han leído una poesía de Garcilaso, o de Chénier, o de Samain; minuto en que ha resonado en el callado ámbito una dulce música de Salinas, o una trágica sonata de Beethoven; minuto en que la emoción humana ha llegado a lo más delicado y lo más intenso, ¿qué representas tú entre las dos eternidades que nos ciñen y aprisionan en lo pretérito y en lo futuro, las dos eternidades del pasado y del presente?
Dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Así escribe el poeta. No importará nada, sin embargo, el dilatar ese nacer. No se adelantará nada con perdurar en el limbo de la vida sin entrar de lleno en la vida. El limbo de la vida es tan fugaz como la vida misma. Entremos en la vida resueltamente. Seamos en ella lo que nuestro ser quiere -espontáneamente- que seamos. Podrán pasar los mundos y podrá dilatarse el tiempo en sucesión interminable de siglos y siglos. Pero este minuto en que la rosa -cortada por bellas manos- luce y perfuma en su búcaro de cristal, frente a un retrato de Velázquez, en una estancia en que han resonado las armonías de Beethoven, este minuto es lo más alto, lo más fino y lo más exquisito de la civilización humana. No sabemos lo que podrá producir el tiempo en su corriente inacabable; mas este instante, tan fugitivo, tan alado, es la flor maravillosa -¡oh hombres!- de la pretérita eternidad...
Rosas; rosas encendidas de España; rosas que amaba Zurbarán; rosas que en las tardes del otoño que acaba se deshojan al pie de los cipreses...